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lunes, 5 de marzo de 2007

Inflacion alta y un modelo rígido

Inflación alta y un modelo rígido Fuente: Artículo extraido del Diario Ambito Financiero escrito por el economista Carlos Melconian


La economía sigue creciendo, pero la inflación es cada vez mayor. ¿Por qué tanta rigidez por parte de las autoridades políticas? Es necesario un cambio urgente en la política económica actual antes de que se “descontrole” la no tan controlada inflación actual.
En 2006 la política macroeconómica cebó el consumo. La inversión "acompañó" y el PBI creció fuerte por cuarto año consecutivo. La inflación no pasó de 10% porque el Gobierno contuvo la estadística controlando los precios, penalizando la exportación de alimentos y manteniendo congeladas las tarifas públicas, la nafta y el transporte. Políticamente fue un logro, ya que a fines de 2005 la inflación estaba lanzada para 15% o más. Entonces salió barato, porque "10% por año no es nada" para cualquier argentino mayor de 35 años que vivió el infierno inflacionario durante 40 años. Pero hay que saber que 10% es hoy más de tres veces el promedio mundial. La realidad es que hay hoy un piso de inflación alto que es inherente a la política macroeconómica vigente. En este contexto, cualquier precio puntual que se escapa lleva a meses de 1% o más. Carne, prepagas, colegios, turismo, ropa, fruta, verdura, etcétera. Cada vez hay más focos nuevos o reincidentes. Los controles rastrillan mercado por mercado apagando los incendios, pero la raíz inflacionaria es macro, no micro. Los datos sobre inflación de dos dígitos en consumos habituales están a la vista con sólo mirar las estadísticas del Indec: alquilar cuesta hoy 15% más caro que hace un año; el colegio, 23%; cine, 18%; estacionar el auto, 20%; ropa, 15%; comer afuera, 20%; amoblar una casa, entre 15 y 20%; comprar un juguete, 12%. Son ejemplos que no siempre adquieren fuerza mediática pero son datos oficiales. Saltan al candelero cuando la magnitud de la suba los hace aparecer como "culpables" de que la inflación supere el 1%puntualmente ese mes. No obstante lo antedicho, está claro que la mayor preocupación oficial reside en la suba de los alimentos, que impacta fuerte en el poder adquisitivo de la población de ingresos bajos y medios bajos (que es la que gasta una mayor proporción de su ingreso en alimentos), ahonda la brecha entre ricos y pobres y se plancha la caída de la indigencia y la pobreza, aun creciendo al 9%. En síntesis, se complica el voluntarismo de "repartir mejor la torta". Es decir, aquí hay un problema con el precio de la comida, con el que el "modelo" lamentablemente va a convivir. El anhelo del Gobierno en materia de precios es doble: que la inflación "macro" no se instale en torno del 1% mensual, pero además que no suba la "micro" de los alimentos. La suba de las prepagas un 22% preocupa por el índice "macro", pero es interpretado como un problema de "los ricos que tienen prepaga". Inquieta mucho más que desde hace meses que la canasta de alimentos esté subiendo a razón del 2% mensual, aun con "éxito estadístico". Los controles sobre los alimentos intentan ser rigurosos y buscan ser cada vez más sofisticados, pero hay mercados atomizados difíciles de manejar. En un año hubo subas impactantes, todas muy por arriba del 9,8% de inflación que dio 2006. Siempre oficial y en promedio: verduras, 31%; frutas, 21% (en dos años ambas acumulan 50%). La prohibición de exportar "moderó" los precios de la carne pero gatilló los de los sustitutos: el pollo subió 12% y el pescado, 15%. El pan subió "sólo" 11% pero facturas y galletitas subieron 20%. Azúcar, café y fideos, 15%. Son aumentos que pegan de lleno en el bolsillo de la gente con ingresos más acotados y menos recompuestos desde la devaluación. ¿Por qué? Hay al menos cuatro razones que se mezclan entre sí. Una está ligada a la propia esencia del modelo de dólar alto: éste promueve la exportación de alimentos que se consumen en el mismo mercado interno y genera presión sobre precios y el salario real. Es un dilema histórico de la Argentina. Sólo se "salva" la soja, que se exporta y no se come localmente. Pero carne, frutas, pescado, lácteos y hortalizas se exportan. Entonces, muy parcial e imperfectamente se intenta parar la exportación con retenciones y cupos, y con precios máximos en el mercado interno. Las divisas, los dólares para acumular reservas (y evitar el temido "cuello de botella" externo histórico de la Argentina medieval), son apalancadas mayoritariamente por la soja y los combustibles. Está resultando muy difícil, aun con un dólar muy alto, evitar la "primarización" de la exportación, que tanto "duele" al modelo. Otra verdad en la suba de los alimentos es la recuperación de la masa salarial. Mayor empleo y mayores salarios generan más plata en el bolsillo, que se gasta. Esta parte, genuina, no está mal. Pero con el consumo en alza la política macroeconómica exacerbó el problema "pichicateando" innecesariamente el "deme dos" local, con costo en materia de inflación. Es "lindo" para el político juntador de votos, pero no es gratis. Una tercera explicación es la suba de precios en el exterior. En un año la tonelada de maíz pasó de 80 a 170 dólares; la de trigo, de 135 a 200, y la de carne subió 35%. Es muy buena noticia para la exportación pero choca con la política antiinflacionaria, que trata de amortiguar en parte las subas con mecanismos específicos, pero que, como muestra la realidad, no terminan siendo efectivos. Y la cuarta razón, en algunos casos, ha sido la falta de respuesta de la producción a esos niveles de demanda por un conjunto de factores. No es que no ha subido. En los casos de la soja, la leche o la faena de pollo, la oferta está respondiendo. No alcanza para evitar que suban los precios, pero le da más fluidez al mercado. En el caso del maíz, la cosecha sube pero la demanda sube más. En los casos del trigo, la carne y muchas frutas (manzana, naranja, limón) y hortalizas (cebolla, papa, acelga, morrón), la producción lo hace hasta donde le da o con volatilidad. No es una cuestión coyuntural de un año malo. Son sectores que todavía no retornaron a los niveles de producción previos a la devaluación (en algunos casos, todavía lejos) o están estancados en volúmenes similares pero con la exportación y el consumo empujando más fuerte. Por hache o por be (da para escribir otra nota), ésta es la realidad de lo que está ocurriendo en producción y lo muestran los números. ¿Entonces? La conclusión es que bajo el actual modelo económico resulta muy difícil (y va a continuar así) eludir el dilema de la suba de precios y los alimentos caros. Puede haber atajos, paliativos, con mecanismos de intervención donde el Estado y los consumidores se "apropian" de las rentas de los productores y las empresas. Pero en el tiempo, para solucionar este dilema histórico, es peor el remedio que la enfermedad. A la larga habrá que tomar la decisión política de si se va a transitar o no por un período de precios más altos y reglas menos discrecionales para que la oferta de alimentos dé un salto en serio y a futuro esto deje de ser un problema.

Por último cabe decir que no podemos tener un país que crezca a tasas chinas y que tenga inflación japonesa. Pero el logro de un “justo medio” como decía Aristóteles es posible lograrlo.

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