Según la teoría neoclásica del desarrollo regional, la libre competencia y la movilidad de factores tenderán a igualar los rendimientos de los factores entre las distintas regiones de un estado. Suponiendo perfecta movilidad de los factores, el trabajo emigrará de la zona de salarios bajos a las de salarios elevados, ejerciendo una presión a la baja sobre los salarios de las últimas, mientras que el capital se moverá en dirección inversa, aumentando la productividad y los salarios en las zonas más pobres. Por tanto a largo plazo, las disparidades regionales se corrigen por sí solas. Sin embargo, en la práctica, el proceso natural de ajuste no sólo es lento e incierto, sino que no siempre se cumplen las condiciones de la teoría neoclásica de la “convergencia”. Por ejemplo, el capital y el trabajo pueden no ser perfectamente móviles, pudiendo perdurar las disparidades entre regiones en la tecnología productiva, las economías y deseconomías de escala y los obstáculos al mecanismo de mercado. Por tanto, las disparidades regionales pueden perpetuarse a sí mismas y, sin ninguna intervención que ayude a actuar a las fuerzas del mercado, reforzarse a sí mismas. También es posible que el proceso de desarrollo tienda a favorecer ciertas regiones dentro de un país a través de un mecanismo gravitación acumulador. Así, las nuevas industrias y comercios serán atraídos donde ya exista industria, comercio, la infraestructura necesaria, los servicios asociados y el mercado para vender la producción.
Este proceso de gravitación provoca una polarización dentro de un mismo país por la que algunas zonas relativamente desarrolladas siguen creciendo deprisa, mientras que las zonas relativamente atrasadas experimentan un declive económico acumulado. El crecimiento regional tiende así a concentrarse en “polos de desarrollo”, es decir, en zonas geográficas que proporcionan a las nuevas inversiones la oportunidad de explotar las economías de escala haciendo así posible ganar una ventaja de partida y seguir creciendo a costa de otras regiones de la economía. Estas economías de escala, que son tanto internas como externas, suelen denominarse economías de localización y economías de urbanización. Las economías de localización surgen de la concentración geográfica de fábricas de la misma industria y de las ventajas obtenidas gracias a los vínculos entre ellas y el potencial para una mayor eficiencia a través de la especialización. Las economías de aglomeración, o de urbanización, surgen de la concentración geográfica de un gran número de actividades económicas que disfrutan de manera conjunta de una serie de servicios, como el transporte, la disponibilidad de mano de obra calificada, instituciones financieras, y la proximidad de los mercados para colocar su producción.
La formación de clusters tiene en común la noción de que la competitividad de la empresa es potenciada por la competitividad del conjunto de empresas y actividades que conforman el complejo o cluster al cual pertenecen. En efecto, esa mayor competitividad deriva de importantes externalidades, economías de aglomeración, "spillovers" tecnológicos e innovaciones que surgen de la intensa y repetida interacción entre las empresas y actividades que conforman el cluster. Las distintas empresas y actividades que constituyen el cluster se refuerzan mutuamente. La información fluye casi sin estorbo, los costos de transacción son menores, nuevas oportunidades son percibidas antes y las innovaciones se difunden rápidamente a lo largo de la red. Hay fuerte competencia en precio, calidad y variedad. Ésta da lugar a nuevos negocios
En el análisis de las economías de aglomeración, desde la perspectiva de la geografía económica, existen incentivos y desincentivos para que la industria decida o no concentrarse en una región determinada. Cuando existen incentivos para que la industria se aglomere, se dice que existen fuerzas centrípetas. Si por el contrario, existen factores que influyen para que la industria se disperse de una región a otra, las fuerzas son llamadas centrífugas.
Según Krugman (1998) las fuerzas centrípetas son las tres fuentes clásicas marshallianas de las economías externas. Un gran mercado local crea los encadenamientos hacia atrás -sitios con buen acceso a mercados grandes son lugares preferidos para la producción de bienes sujeto a economías de escala- y encadenamientos hacia delante -un mercado local grande justifica la producción local de bienes intermedios, disminuyendo los costos a los productores. Una concentración industrial significativa, crea un mercado laboral fuerte, especialmente para habilidades especializadas, así a los empleados se les hace más fácil encontrar empleadores y viceversa. Además, una concentración local de las de la industria podría crear más o menos economías externas puras vía la transferencia de información.
Las fuerzas centrífugas se encuentran representadas de igual forma por tres factores. Los factores inmóviles -ciertamente las regiones y los recursos naturales, y, en un contexto internacional, las personas también- actúan contra la concentración de la producción, del lado de la oferta (cierta producción debe dirigirse a donde los trabajadores estén) y del lado de la demanda (los factores dispersivos crean un mercado disperso, y cierta producción tiene un incentivo a localizarse cerca de los consumidores). La concentración de las actividades económicas genera una demanda creciente para una región local, conduciendo a un aumento en las rentas y por lo tanto representa un desincentivo para una mayor centralización. Y la concentración de actividades puede generar más o menos deseconomías externas puras tales como la congestión (Krugman, 1998:8).
Para Krugman y Livas (1992), el modelo de geografía económica debe incluir una tensión entre una fuerza “centrípeta” que tiende a impulsar el crecimiento de la población y la producción dentro de aglomeraciones y una fuerza “centrífuga” que tienda a romper tales aglomeraciones. Una fuerza centrípeta puede incluir economías externas y una variedad de efectos de mercados, tales como los enlaces hacia atrás y hacia delante mencionados anteriormente. La fuerza centrífuga puede incluir deseconomías externas, tales como la congestión y contaminación, rentas de la tierra urbana, y el atractivo de desplazarse lejos de las altas localidades urbanas competitivas a los de menos competitividad rural.
La idea principal es que el crecimiento y la aglomeración geográfica son procesos que se refuerzan mutuamente, en tanto el crecimiento genera aglomeración espacial que, a su vez, estimula el crecimiento.
El cluster se basa en la presencia de mecanismos de causalidad circular para explicar la concentración espacial de las actividades económicas.
En estos modelos, los mecanismos que permiten que las fuerzas centrípetas superen a las fuerzas centrífugas (dispersión de la actividad económica para evitar la competencia) surgen ya sea de la migración de la mano de obra o de la presencia de encadenamientos verticales y horizontales intrasectoriales (Venables, 1996). Los crecientes rendimientos a escala, externalidades tecnológicas y derrames (lo que implica la existencia de encadenamientos entre empresas) dan lugar a estructuras de organización de la producción que brindan ventajas competitivas a las regiones que tienen clusters.
La confianza y el capital social son componentes importantes (correlacionados positivamente) del marco anterior.
El capital social es un capital específico de la comunidad que genera reciprocidad, cooperación y confianza en las interacciones. Favorece los intercambios de información y el aprendizaje y funciona acotado a la proximidad geográfica, la cultura compartida y el grado de articulación (embeddedness) alcanzado, proceso entendido como los lazos personales y las redes de relaciones que se establecen (La Ferrara, 2001). De acuerdo con nuestro hilo de razonamiento, la confianza y el capital social pueden considerarse factores (incluidos en normas y convenciones) que reducen los costos de transacción y contribuyen a superar las deficiencias en materia de coordinación y cooperación. Los clusters eficientes y dinámicos se caracterizan por una alta flexibilidad y encadenamientos extendidos.
Las redes y los clusters son considerados modalidades de organización económica que surgen para aprovechar y “apropiar” los potenciales rendimientos del capital social. Así, las regiones “dotadas” de altos niveles de capital social manifiestan altos niveles de confianza en sus interacciones, dando lugar a más asociativismo y cooperación entre empresas, flujos de información y aprendizaje. Las ganancias se acumulan a partir de una reducción en los costos de transacción y aumentos en las economías de información y en los efectos asociados del conocimiento.
Respecto al papel del Governance de políticas, recae en el desafío de implementar políticas de innovación, sobre todo en regiones rezagadas (incluso de países desarrollados) donde las actividades que hacen uso intensivo de la tecnología y la infraestructura básica de conocimiento son limitadas. La política de innovación comprende estrategias para construir capacidades de investigación básica y aplicada, mejorar la velocidad de adopción de nuevas tecnologías y de innovación de productos entre las empresas locales y, en general, incrementar la cantidad de industrias del país o de la región que utilizan tecnología y conocimiento de manera más intensiva y ofrecen salarios más altos.
Un problema importante que se plantea en los intentos por describir la “política en favor de los clusters” es que muchos tipos de intervenciones tendientes al desarrollo apuntan a regiones y/o sectores específicos y, por consiguiente, podrían interpretarse como estrategias orientadas a los clusters. Las incubadoras de empresas, los parques industriales, la contratación focalizada, las zonas empresariales, las zonas francas y una gran variedad de otras intervenciones habituales con miras al desarrollo económico podrían también considerarse políticas a favor de los clusters si tienen por objetivo fomentar el crecimiento de determinadas regiones o industrias.
En líneas generales, la estabilidad y calidad del marco regulatorio y político han probado ser determinantes importantes del crecimiento y la competitividad (Porter et al., 1995). En particular, los derechos de propiedad, la apertura comercial y la capacidad de respuesta gubernamental han resultado ser determinantes especialmente sólidos del desempeño económico.
El acceso a la financiación, la calidad y la estabilidad de la política económica así como la infraestructura eficiente recae en el ámbito de actuación de los gobiernos.
Es claro y evidente que mejorar la calidad del entorno empresarial debe ser una prioridad en la agenda de las políticas públicas. Esto, una vez más, tiene la ventaja de poner el acento en lo local, ventaja que se suma a beneficios generalizados que van más allá del marco de la IED y los clusters. En segundo lugar, los empeños para solucionar el problema de los incentivos, de manera de generar encadenamientos y crear derrames a través de incentivos fiscales y otros mecanismos y disposiciones regulatorias específicos (transferencia tecnológica, etcétera) pueden resultar esfuerzos inútiles e incluso contraproducentes.